Uno más uno= tres?
Desde
el momento mismo de la concepción, los niños merecen ser tratados con amor y
respeto. Cuando nacen, hay tres necesidades básicas que los padres debemos
satisfacer: alimentación, contacto piel a piel y mirada en forma casi…
permanente. Sí; esto es fundamental para que nuestro niño se sienta amado y
contenido. Y dónde, sino es en la familia, el niño puede recibir amor de manera
incondicional. Ocurre que, en algunas ocasiones, y por diferentes
circunstancias algo interfiere en la relación del niño con sus padres. La
inestabilidad económica, falta de vivienda, largas jornadas laborales, la
marginalidad, familias numerosas con necesidades insatisfechas, embarazos no
deseados, falta de cuidados prenatales con consecuencias en la salud del bebé,
niños prematuros o con problemas físicos, o simplemente la inmadurez emocional
de los padres pueden incidir en que los niños no reciban la estimulación
emocional adecuada para poder crecer sanos. En el ser humano no existe la
posibilidad de una maduración correcta en todos los sentidos, sin el calor
afectivo del amor.
Es
importante saber que cuando hablamos de carencia afectiva, estamos hablando de
una forma de maltrato emocional. Muchos niños pasan largas horas en soledad sin
la supervisión de un mayor, o quedan al cuidado de sus hermanos menores, cuando
los padres se ven privados de la libertad o cuando atraviesan enfermedades
importantes que requieren hospitalización prolongada. Otros niños son víctimas
de una disciplina rígida, de castigos y
burlas por parte de sus padres o cuidadores, son rechazados y aislados, o
ignorados y hasta criticados por quienes
deberían velar por su seguridad emocional. Cuando esta situación se prolonga en el tiempo
las consecuencias en la salud mental del niño no se hacen esperar. Uno de los
ámbitos en los cuales se observa claramente los efectos de la carencia afectiva
es el ámbito escolar.
Apenas
escolarizados, estos niños se adaptan fácilmente al nuevo ambiente escolar;
aunque pueden tener algunos problemas de integración, suelen pasar
desapercibidos, sonríen poco pero tampoco lloran ante la presencia de personas
desconocidas por ellos. Pueden ser algo tímidos o por el contrario, mostrarse
extrovertidos y un tanto agresivos. La
falta de contacto corporal que estos niños vienen experimentando, se traduce en
temores y síntomas físicos: tienen miedo al contacto en actividades físicas, o
a salir lastimados de algún juego grupal. Desde el lugar de los maestros, es
importante escucharlos con atención, ya que pueden presentar problemas en la
adquisición del lenguaje: todos sabemos que para que los niños entren en el
maravilloso mundo simbólico de las palabras deben estar inmersos en él desde el
momento mismo de su nacimiento, es decir, los padres debemos hablarles a los
niños, mirarlos a los ojos, y poner en palabras cada una de sus necesidades y
cada una de sus sensaciones. Los niños
que han sido tratados con desamor suelen tener un vocabulario pobre, dificultades gramaticales y sintácticas, y
problemas para poner en palabras sus sentimientos y afectos. Otra
característica importante, es que durante las horas de estudio no pueden
concentrarse adecuadamente, no completan las tareas escolares, se dispersan, o
pueden llegar a tener signos de hiperactividad; todo ello, dificulta el
rendimiento del niño en la escuela, por lo que al sentir que fracasan como
estudiantes, repiten el año escolar.
Muchas
veces, debido a estas características, sufren además el ser apartados de sus
compañeros, o ser objeto de burlas por parte de ellos. Esto hace que la autoestima
de esos niños se vea aún más perjudicada. Así, se sienten desvalorizados e
incapaces de despertar afecto o simpatía, por consiguiente suelen aislarse del
resto del grupo, y más adelante, en la adolescencia, pueden llegar a tener
trastornos del comportamiento, actitudes de retraimiento o por el contrario, de rebeldía y
manifestaciones antisociales. Estas actitudes son vistas por el ámbito
educativo como situaciones de riesgo, y estos niños suelen ser expulsados de la
escuela, por lo que el sentimiento de desamor que tienen se ve nuevamente
ratificado por una ambiente hostil que rechaza a estos chicos. Ante tales
hechos, los padres se enojan aún más con sus hijos, y el círculo de maltrato se
ve nuevamente retroalimentado.
Claramente,
los niños que crecen en un hogar amable, con padres amorosos que se preocupan
por las necesidades emocionales de sus hijos, que son criados con respeto, en
un ambiente de paz y armonía, adquieren una imagen valorizada de si mismos y logran
tener la seguridad y la confianza necesarias para adaptarse a nuevos ámbitos
sociales como lo son la escuela y establecer relaciones vinculares fuera de la
familia de abriéndose paso a un mundo con grandes posibilidades de ser felices.